En la última clase del grupo C1, después de una tarea de Expresión Escrita pedí que intercambiarán los textos y señalaran los errores que encontrarán. Si estaban seguros podían señalarlos y corregirlos; si no estaban seguros sólo debían señalarlos. Después me lo dieron a mí para que lo revisara todo. Tomé la decisión en el mismo momento de no revisarlo, sino que ellos hicieran una versión final de su texto. Si veían un error corregido debían incorporar la solución a su texto y si veían un posible error debían consultar y comprobar si en efecto era un error o no. Aunque había planificado revisar yo mismo el texto, pensé que si lo hacía le estaba quitando valor al trabajo de corrección que los alumnos habían hecho. Ellos tienen que aprender a revisar sus propios textos y esto pasa por confiar en su capacidad para hacerlo. Si el profesor revisa inmediatamente sus correcciones, esta confianza nunca aparecerá.
Después, cuando habían repasado el texto de otro compañero, les pedí que lo calificarán y que justificaran su nota. Pusieron unas notas bajísimas, porque descontaban una barbaridad por cada error. Cuando tuvieron que justificar su nota, la mayoría sólo aludió a la cantidad de errores que tenía el texto. Una alumna, en cambio, dio la nota más alta, porque ella no había señalado ningún error. Según pensaba, no era capaz de encontrar y corregir errores porque “no sabía escribir”. Dejando de lado sus razones, lo importante es que como no tenía errores en los que fijarse, puedo ver las cosas buenas del texto. En su justificación indicó que el texto estaba bien organizado, que contenía toda la información necesaria, que la extensión era adecuada, que no había frases confusas, etc. Sin errores que la distrajeran pudo ver el texto. Cuando los demás se dieron cuenta de que había otras cosas que calificar además de los errores, revisaron su primera nota y pudieron ver muchas más cosas en el texto que los errores. Una pequeña lección para los que corrigen textos escritos.