La inscripción de TRAL está en marcha y ya hay más de 70 participantes inscritos, sin que se haya todavía puesto en marcha el asunto en varias instituciones y sin que la campaña informativa de correos electrónicos se haya lanzado. Esto significa que el grueso de los participantes está por llegar. Ciertamente estamos todavía muy lejos de las cifras de participantes que puede alcanzar Coursera. De hecho nunca llegaremos a nada parecido. Nosotros mismos estamos bromeando con el término MOOC, cambiando la «m de masivo» por una «t de tiny» con lo que nos queda un TOOC.
Por otra parte esto de las cifras es muy relativo. Todos sabemos que a las cifra de inscritos hay que restarle los que abandonan, los que nunca se incorporan, los que están pero no hacen, los que pasaban por allí, etc. Siempre hay que relativizar. Los enormes números que aparecen en la prensa dicen poco o nada sobre la experiencia de aprendizaje, aunque desde luego mucho acerca del éxito del fenómeno MOOC. Por supuesto lo mismo sucedería con TRAL, aunque voy a intentar darle un par de vueltas a esto.
Más allá de una médida del éxito y del impacto de tu marca, ¿qué aporta lo masivo al aprendizaje en un curso abierto en línea? Desde mi punto de vista esto depende mucho del diseño didáctico del curso en cuestión. Por ejemplo, en un curso basado en vídeos que segmentan una clase larga, que están centrados en la transmisión de conocimientos seguidos de tests de respuesta cerrada, lo masivo no aporta nada en el sentido de que no va a tener ningún impacto en el proceso de aprendizaje de cada una de las personas por separado. Da igual que el vídeo lo vean tres, tres mil o tres millones de personas además de mí. La cosa está clara: ver y hacer el test. Es cierto que están los foros y que allí los alumnos se prestan ayuda, pero esto es marginal y no está contemplado como actividad de aprendizaje en el diseño. Como tampoco lo estan los grupos de estudio que se forman fuera de la plataforma para completar las tareas del curso, aunque en este caso la iniciativa de algunos alumnos pudiera sacar algo de provecho a estar haciendo algo con tanta gente. En las plataformas de broadcast educativo, eres tú con el contenido y el examen. Eso es todo y el número de participantes no va a alterar esa situación.
La cuestión es que lo masivo solo puede tener un impacto cualitativo si el diseño del curso está orientado hacia los participantes y no hacia los contenidos. Por ejemplo los cursos donde no hay contenidos sino más bien una serie de pretetextos en forma de lecturas o presentaciones que se usan como disparadores de la interacción entre los participantes. O los cursos que tienen como objetivo la creación de una red donde las interacciones y las conexiones son lo principal. O los cursos orientados a la creación de objetos de conocimiento que, precisamente, no van a estar llenos de contenidos hasta que no acaban. En este tipo de cursos, el número de participantes es ciertamente importante porque, primero, es necesario alcanzar una masa crítica para que las actividades tengan sentido, es decir, al proponerse como cursos vacíos, necesitan cierto número de participantes llenando de contenido el curso. En segundo lugar, lo masivo será importante en aquellos cursos con un planteamiento conectivista porque la red se hace cualitativamente mejor con la diversidad y se puede llegar a esa diversidad más fácilmente si hay un gran número de participantes. Lo masivo también determina la autonomía de cada persona ya que es necesario generar el suficiente contenido, juntar a gente con diferentes objetivos, intereses y experiencias y formar un red lo suficientemente amplía para que cualquier participante pueda tener multitud de opciones y eso le obligue a tomar decisiones aumentando así su grado de autonomía. Nada de eso cuenta en las plataformas tipo Coursera o Miríada X.
El gran problema de lo masivo es que una gran cantidad de personas haciendo cosas a través de blogs, foros, wikis, vídeos, twitter, etc. va a generar una cantidad de contenido tan grande que es imposible de abarcar para ninguno de los participantes. E, incluso, aquellos que tienen perfectamente claro que no es posible dar cuenta de todo lo que está pasando en el curso, van a sentirse sobrepasados por la complejidad. Se habla de filtrar, seleccionar, formar redes más pequeñas dentro de la red general o de crear narrativas de coherencia, pero ninguna de esas cosas te salva de la complejidad, al contrario son el resultado de enfrentarte a ella. La complejidad es uno de los desafíos más grandes que uno encuentra en este tipo de cursos, como así han señalado varias investigaciones.
¿Es la complejidad el precio a pagar por lo masivo? Doy por sentado que la complejidad es el gran desafío de este tipo de cursos, pero debemos verlo en términos cualitativos y no cuantitativos. ¿Qué aspectos cualitativos aporta lo masivo? Para mí lo que aporta es diversidad. Cierto que también complejidad y que uno está tentado de reducir la complejidad a través del diseño del curso para hacerlo más asequible, pero creo que es un error porque si reducimos la complejidad a priori, limitamos la diversidad y esto es el aspecto cualitativo más importante. En la diversidad vamos a encontrar la posibilidad de dar sentido a todo, de encontrar a otros con nuestros mismos intereses, de encontrar las habilidades que complementan las nuestras, de hacernos las preguntas justas y aquellas que no sabíamos que necesitábamos responder, de ver puntos de vistas radicalmente diferentes a los nuestros. En definitiva, y como le oí a Jorge Wagensberg, en la diversidad y en la complejidad, vamos a encontrar respuestas a nuestras preguntas, incluso a aquellas preguntas que todavía no hemos formulado.
¿Es posible alcanzar la diversidad con un número más reducido de participantes? Próximamente.